NOTA: Este relato, pertenece al libro que recientemente se ha publicado en Mainar, "Cronicas Mainarenses". Se compone de 11 relatos en total, y somos varios autores locales entre otros.
La historia que he contado, es sobre los músicos de Mainar, Lamberto, ´José y Joaquín, que fueron homenajeados en Junio de 2019, destacando su labor de llevar la música por distintos puntos y amenizando la vida de las personas que habitaban en los pueblos de ésta comarca sobre los años 50-60. En estos momentos José Gómez que sigue entre nosotros, ha aportado todos los datos reales que se indican en dicho escrito.
*********************************************************************************
¡Que maravilla de atardecer! ¿será tan bonito desde otros lugares?, pensaba José mientras afilaba una de sus navajas en la barbería que regentaba.
Le gustaba observar el exterior desde esa pequeña ventana.
Nacido en Mainar era un joven entregado a su trabajo y a su gran pasión, la música. Desde pequeño sentía mucha inquietud por todas las tradiciones musicales de su pueblo, en especial, las rondas joteras nocturnas. En ellas participaba su padre, junto con otras personas del pueblo. El sonido de las guitarras, laudes y el cantar de unas voces maravillosas lo emocionaban a pesar de su corta edad, en cuanto podía cogía cualquier instrumento y lo desafinaba con pasión, como si fuese uno de los mejores concertistas del mundo.
Rodeado de partituras, notas, apuntes, una vieja guitarra y una bandurria que le habían regalado, se sumergía anheloso en ese maravilloso mundo.
Poco a poco fue adiestrando sus dedos para hacer sonar esas dos joyas. Al morir su padre, siguió con su legado y fue un fiel reflejo del entusiasmo que siempre invadió las paredes de la barbería, donde se respiraba amabilidad, confianza y se escuchaba la mejor música. Con mucho empeño y dedicación no tardó en aprender y dominar tanto los útiles de peluquería como los musicales, haciéndose así un hábil peluquero y un exitoso tañedor.
José era una persona de gran sensibilidad, mente abierta y entusiasta de la lectura. Una de sus obras preferidas era Don Quijote de la Mancha, que leía al amor del fuego en las noches frías de invierno. Metido de lleno en las andanzas de los personajes pasaba el tiempo sin darse cuenta. Tanto, que a pesar de las bajas temperaturas de esa época por Mainar, no le suponían ningún problema.
Los inviernos por esa comarca era excesivamente fríos con grandes heladas y nevadas que empezaban en diciembre y duraban hasta el mes de marzo, dependiendo del año.
Una fría tarde de enero, y con poco trabajo en la barbería, aprovechó para practicar unas cuantas piezas que eran un poco difíciles, y alguien llamó a la puerta.
- ¿José?, Hola, ¿qué tal vas? al pasar por la puerta he escuchado que estabas ensayando y vengo a tocar un rato contigo.
Era Lamberto, el ciego, un genio muy peculiar, un músico con dotes extraordinarios. Los dos formaron pareja musical y se dedicaron a recorrer muchos pueblos de la comarca para amenizar las fiestas patronales de invierno con música de cuerda, guitarra y laúd.
Muchos años llevaban con esta tradición, ya antes tocaban Joaquín (padre de José) y él. También actuaban en bodas, café concierto y cualquier evento que se presentase.
- Estos días me acuerdo mucho de tu padre, también preparábamos la temporada de invierno para ir a las fiestas de los pueblos. Era muy buen músico y también estuvo muy bien formado.
Lamberto comenzó a contarle a José la trayectoria musical que había tenido su padre.
- Joaquín, cuando era adolescente, recibió clases de música de un profesor de Manchones, junto a Daroca.
- Que por cierto iba en bicicleta, dijo José con una amplia sonrisa.
- Sí, le daba igual si llovía o nevaba. Lo que me gustó mucho de la formación de tu padre, fue durante el servicio militar en Jaca, que perteneció a la rondalla militar. También le instruyeron en clases de solfeo, y participó en numerosas actuaciones. Se hizo un gran profesional.
- Si si, siempre lo contaba y también que al terminar la mili marchó a Burdeos donde fue miembro de un grupo de músicos de cuerda, que actuaban en distintos locales de dicha ciudad y continuó aprendiendo algún tiempo más. ¿Recuerdas el año que volvió a Mainar?
- Claro, en el año 1928 volvió de Francia con una bicicleta y ésta guitarra de siete cuerdas, apuntó Lamberto.
A los dos les gustaba mucho recordar a Joaquín y lo hacían muy a menudo.
Lamberto, también desde muy joven, tenía muchas inquietudes y un sexto sentido para la música. Los padres, al ver que su hijo poseía un talento especial, decidieron buscar a alguien para que le enseñase. Era ciego, por una enfermedad que tuvo a los pocos meses de vida. Así que lo trasladaron a Villafeliche, para que Don Bonifacio Langa, profesor de Conservatorio, se hiciera cargo, ya que también era invidente.
Allí, en casa de éste profesor, pasó una gran temporada a pensión completa para que le dedicase todo su tiempo. Estudió solfeo con sistema Braille, gracias a su talento y su perseverancia llegó a ser un músico excelente.
Era una persona muy especial, no era muy alto y bastante grueso. Vivía sólo en una casa con varias cabras y algún pájaro que le hacían compañía.
Lamberto contaba con dos aparatos de radio artesanos y una antigua gramola, donde escuchaba música de todo tipo. Poco a poco se hizo con una gran colección de discos de vinilo que le iban regalando las personas que pasaban por su casa.
- Bueno, y después de éste pequeño recuerdo, vamos a ensayar, que las fiestas de Cerveruela son para primeros del mes de Febrero, y enseguida se echa el tiempo encima. Continuó Lamberto.
José asintió y siguieron con los ensayos. Primero preparaba la silla para que su compañero pudiera sentarse. El ciego tocaba el asiento, para asegurarse que no había nada, luego la cogía por el respaldo y se sentaba, José le preparaba la guitarra y así uno enfrente del otro estudiaban el repertorio para las próximas fiestas.
Los viajes a los pueblos eran muy complicados ya que no disponían de muchos medios. En este caso había que ir a Cerveruela que había unos diez kilómetros. Primero cogían el coche de línea hasta la venta de Macario y allí un mozo del pueblo en cuestión los recogía con un carro y un burro.
Por su condición física Lamberto iba sentado en el carro, con sus ciento veinte kilos de peso mas los dos instrumentos y José caminando junto al mozo encargado de dirigirlo con mucha destreza y sabiduría. A veces cuando no se disponía de carro, se utilizaba un burro o mulo con un serón para guardar la guitarra y el laúd y el ciego montado encima. A José siempre le recordaba al entrañable personaje del Quijote, Sancho Panza.
A todas las dificultades que podían surgir había que añadir el frío intenso del mes de febrero, los caminos de tierra y alguna aventura extra que siempre les surgía.
LLegó el dos de febrero, era el momento de comenzar su viaje hacia Cerveruela. Con puntualidad precisa estaba el mozo esperándolos con el carro ya impecable en el punto de recogida. Cuando se adentraron por el encinar el camino tenía más dificultad, aunque el paisaje nevado era impresionante. El mozo aminoró la marcha, los tres iban en silencio, cuando de pronto se encontraron a un hombre herido y tumbado en el suelo.
- ¡Un Momento! ¡hay un hombre tirado en el suelo y parece herido!, dijo José asustado, ¡Mozo, detén el carro por favor!
Lamberto expectante esperó que su compañero pudiera darle información sobre aquella persona.
Se trataba de Agustín, un joven del pueblo, que llevaba una herida en el hombro, parecía de una navaja o cuchillo.
- Agustín, ¿ que te ha pasado? ¿te han atacado?
- Sí, me han atacado por la espalda, eran dos personas me han pegado y al defenderme me han herido con una navaja. No los he visto porque llevaban la cara cubierta.
- Ahora vienes con nosotros y te llevaremos al médico para que te lo mire. Antes te pondré un vendaje para que no sangres mucho , sentenció José, mientras buscaba unas vendas en un pequeño botiquín que siempre les acompañaba.
José ayudó a Agustín a montar en el carro, le echó una manta por encima y continuaron el camino.
Agustín, decidió abrirse con sus rescatadores y les empezó a contar su historia. El sospechaba de que ese ataque lo había hecho su hermano. Más de veinte años sin hablarse y no pasaba un día que no tuvieran una trifulca. Lloraba entra rabia y tristeza al relatar esa parte de su vida tan dura. Además sin solución, pensaba él. Lamberto y José lo escuchaban muy atentos.
El problema ya venía de cuando la guerra Civil, su hermano Pascual estaba en el mando de los Nacionales y Agustín con los Republicanos. Pasaron momentos muy difíciles y de mucha tensión. Los padres sufrieron mucho de ver a sus hijos enfrentados por unas ideologías políticas y además luchando en una guerra Civil sin ningún sentido.
Eran mellizos y tan contrarios que no parecía que hubieran estado en el vientre de la madre los dos juntos. Discutían por todo, cada vez que se encontraban, por las tierras, por el trabajo, por la fiesta, por la familia, era insostenible.
Al llegar al pueblo fueron de inmediato a casa del Médico, para que pudiera curar la herida y los músicos acudieron por fin a la posada donde los esperaban para ofrecerles algo de comer y buena fogata para calentarse después de un duro camino.
Estaban instalados en una alcoba con dos camas y un crucifijo en medio. Las paredes pintadas con cal y un poco de azulete le daban un tono más hogareño. No contaba con armario, un baúl debajo de una pequeña ventana completaba toda la decoración de la habitación. Muy poco iluminada, sólo una bombilla colgada de su propio cable en el techo y se accionaba desde un interruptor de porcelana de llave, que estaba junto a la puerta de entrada. No era demasiado fría pues llegaba algo de calor de la chimenea de la habitación contigua.
Era de las mejores estancias que habían tenido, alguna vez les había tocado dormir en las cuadras con los mulos y otros animales domésticos.
En Cerveruela celebraban las fiestas de San Blas y Santa Agueda, Lamberto y José tenían contratados tres días de actuaciones, en las que incluían café concierto y baile por la tarde, después lo que surgiera. Ya llevaban tantos años actuando allí para las fiestas, que habían hecho verdaderas amistades.
Entre ellas las de Agustín, el joven que encontraron en el camino, y la de su hermano Pascual, desconociendo la historia entre ambos.
Agustín fue a visitarlos para darles las gracias por haberlo asistido en el camino y para contarles las nuevas noticias. El médico le acompañó al cuartel de la Guardia Civil para poner una denuncia por el ataque sufrido. Resulta que habían sido unos ladrones que querían robarle, y ya los tenían presos en el calabozo porque habían cometido mas actos de este tipo por otros pueblos de la zona.
Así que no se trababa de su hermano, estaba equivocado.
Lamberto y José hablaron con él para que intentase un acercamiento, ya que no merecía la pena estar siempre peleados por algo que ocurrió en el pasado.
Muy atento a lo que ocurría, estaba un anciano del lugar, sentado en un banco junto a la chimenea, y preparándose un cigarro con el tabaco picado que sacó del bolsillo de su chaqueta.
- Agustín, tu hermano te salvó la vida, dijo el anciano con una voz fuerte y pausada.
Todos quedaron en silencio, nadie esperaba la palabras de esa persona.
- ¿Que está diciendo? usted no sabe nada de esto.
- ¡Por favor hable, buen hombre! cuéntenos todo lo que sabe, dijo José muy sorprendido de ese comentario.
El anciano relató todo de lo que fue testigo.
Un día de verano del año 37, el bando de los Nacionales habían apresado a un grupo de Republicanos con el fin de fusilarlos. Fue muy común durante la guerra este tipo de actos de un bando y de otro.
Agustín era uno de los hombres que habían detenido y tenían preparado para fusilar.
Uno de los soldados encapuchados que se disponían a disparar era Pascual, su hermano. Cuando se dio cuenta de quienes eran las personas que iban a fusilar, fue rápidamente a la autoridad que estaba al mando y le dijo, que había que salvar al chico de la camisa de cuadros granates, al preguntar el General que porqué, le dijo que era el mejor podador de viñas de toda la comarca, y su destreza con las tijeras era excelente, no había otro igual.
El general aceptó ya que era cierto que ese tipo de personas eran difíciles de encontrar y decidió otorgar el indulto a ese joven.
Nunca supo que Agustín y Pascual eran hermanos.
El anciano que contaba la historia era el conductor del camión donde tenía que transportar los cadáveres. Por circunstancias nunca más se vieron y al cabo de los años al volver al pueblo para esos días de las fiestas, y ver lo que pasaba entre ellos, supo que tenía que contar toda la verdad para terminar con ese odio entre los dos.
Agustín no daba crédito a todo lo que aquel anciano estaba relatando. Nunca se hubiera imaginado que su hermano estuviera en el pelotón de fusilamiento y menos que le hubiese salvado la vida.
- ¡Necesito hablar con mi hermano Pascual y pedirle perdón! Comentó Agustín muy compungido. Pero no se cómo hacerlo, igual no me quiere escuchar.
- Nosotros te podremos ayudar, le dijo José muy entusiasmado, se me está ocurriendo algo que seguro que funciona.
Allí en la posada, todos escucharon a José muy atentos para llevar a cabo el plan que se le había ocurrido, lo tenían que poner en práctica en la próxima actuación.
En el Bar del pueblo actuaban los músicos para hacer el café concierto.
Las obras que allí sonaban eran diversas, pasodobles, habaneras, boleros, mazurcas, y sobre todo jota rondadera que cantaban los mozos del pueblo.
El lugar estaba a rebosar, ese tipo de actos musicales gustaban mucho a las gentes, ya que era una forma de que les llegase la música en directo, pues en esos años pocas personas disponían de radio ó televisor.
Cuando ya llevaban un rato de actuación y todos estaban en el mayor de los disfrutes, Agustín pidió intervenir con el permiso de los músicos.
- ¡Hola a todos, necesito que me escuchéis un momento! Quiero decirle algo muy importante a mi hermano Pascual. (El silencio se apoderó de la sala)
Querido hermano, hoy me han herido dos veces, una con una navaja, que ya casi me he curado, y la otra con una verdad que me ha tocado el alma.
Las caras de sorpresa y algún murmullo interrumpieron las palabras de Agustín.
Pascual se acercó a su hermano con las manos temblorosas para escuchar lo que quería decirle.
- Pascual, sé que tu me salvaste la vida el día que me iban a fusilar, ¿porque no me dijiste nada? tantos años de odio, aquí delante de todo el pueblo y gracias a la ayuda de los músicos te pido que me perdones.
- Hermano, la maldita guerra nos dividió pero yo siempre te he querido.
Los hermanos se fundieron en un abrazo entre los aplausos de todo el público.
Para completar éste emotivo acto, Agustín dedicó un precioso bolero a su hermano y a todos los asistentes. Se trataba de la pieza de Antonio Machín titulada “toda una vida”, ya que tenía mucho significado.
La fiesta siguió en Cerveruela, continuaron con la sesión de baile. Como era normal en éstos pequeños pueblos disfrutaron con mucha armonía, bailaron y cantaron, mientras los músicos de Mainar complacían a todo el público, como era habitual.
Al término de las fiestas, y del mismo modo que habían llegado al pueblo, volvieron hacia casa.
- Es increíble la cantidad de experiencias que vivimos en todos los pueblos que vamos, comentó Jose en voz muy baja, aunque el fino oído de su compañero lo capto de inmediato.
- Tienes razón, forma parte de todo éste mundo.
Eran portadores de la música en directo, en unos años muy difíciles, con muy pocos medios materiales y escasos recursos. Aun así por todas las aventuras vividas y todas las gentes a las que conocían, merecía la pena todo el sacrificio.
Cada invierno, y a cada pueblo que iban, los músicos de Mainar continuaron la increíble misión de transportar la música.