AÑO
2020. TESTIMONIO SOBRE UNOS TIEMPOS MUY
EXTRAÑOS.
Nadie
imaginaba que éste mundo tenía que pararse,
que a estas alturas de nuestra civilización, la sociedad tenía que retroceder.
Todo
comenzó cuando a finales del año pasado surgió algo extraño, allá por tierras
Asiáticas, en China, donde Buda es venerado, entre otras cosas, para que calme las aguas turbulentas, al igual
que antaño cuando destrozaba los barcos que navegaban por el río.
Allí
precisamente, surgió.
Mientras
tanto en el resto de países, ajenos a todo, celebrábamos el año nuevo, un año lleno de
esperanzas y buenos deseos que muy pronto empezarían a esfumarse, no pasaron ni dos meses del estrenado e
ilusionante año que todo cambió.
Una
pandemia se extendió, nos azotó, nos rompió,
atacó al ser humano de una forma muy cruel. Desprotegidos por el desconocimiento de
semejante virus, jamás antes conocido, grandes expertos estudiaban, hacían
pruebas, ¿Qué hacer? La humanidad de un lado para otro dando tumbos,
sin saber si hacer caso a unos u otros.
Demasiadas
personas enfermas, en poco tiempo, sin tratamientos específicos, sin medios
suficientes. Poco a poco nuestros
gobernantes, desorientados, tomaban medidas sin saber muy bien donde dirigirse,
sin saber a qué se estaban enfrentando.
Aislamiento
social, algo que en principio parecía lo
más efectivo para evitar contagios. El
mundo encerrado en casa, como si el aire
que respirábamos estuviera contaminado por un virus letal. Cada persona, cada familia, paró sus
vidas, se paró todo.
El
problema más grande fue la realidad del
exterior, lo más nefasto los medios de
comunicación que lejos de informar, alimentaban nuestro miedo y odio, las redes sociales extendían bulos y
continuamente insultaban a los políticos de cualquier color o ideología.
Poco
a poco nos fuimos adaptando a esta nueva situación, las cifras de muertos y
contagiados crecían y crecían cada día, y así llegó el fatídico momento en el
que esos números se convirtieron en personas conocidas y queridas.
La
tristeza y el miedo, fueron las emociones que más experimentamos durante el
encierro en esos días. Miles de contagiados, enfermos graves que suplicaban
atención médica, los hospitales saturados, un horror, muchos pensamos en la
peste, o la lepra, era horrible.
Personas con nombre y apellidos, algunas más graves que otras, aunque tuviesen la mejor de las familias y las
amistades más fieles, estaban solas, aisladas.
Sí, la soledad era la aliada de tanta
gente, que no sabían ciertamente si
mañana estarían vivos.
El único contacto era con el personal
sanitario que iban envueltos en trajes de astronauta, sin apenas distinguir bien las
caras y con la voz distorsionada, aún así su vida estaba en manos de esas
desconocidas personas, que cuando abandonaban la estancia, se deshacían de los
incómodos atuendos, ya que podían portar el virus mortal por eso las visitas eran las justas y necesarias, por su parte.
Los enfermos otra vez solos en su pequeño habitáculo, sin
ganas de ningún contacto con el exterior, ni siguiera de los mensajes más
dulces de sus seres queridos, ni de los de ánimo, o de los de interés por su
estado. Más bien sus pensamientos estaban en la supervivencia. A veces en su propia trayectoria, toda una vida creciendo como persona,
formándose, trabajando, para conseguir un estatus social importante, cuando más
cómodo podían vivir, cuando ahora tocaba vivir,
de pronto, nada carecía de
valor, nadie podía salvarlos. Darían
todo lo que tuvieran por su vida, darían todo por el cariño de sus seres
queridos. En la más dura de las soledades,
fueron pasando los días.
Muchos
de ellos fueron superando la enfermedad, todo quedó en malos recuerdos, en agradecimientos y en unas dedicatorias en
modo corta pega, para salir un poco del paso.
Recuperar su casa, su familia, sus espacios, sus libros, en definitiva sus
vidas, fueron la mejor de las terapias.
Pero, por desgracia, muchos cuerpos se
quedaron en el camino, mientras el resto de las almas se lamentaban de
semejante desgracia.
Nunca
llegaremos a saber la verdad, ni sabremos las miles y miles de historias y
dramas familiares que se han vivido y que aún se están viviendo.
Ponerme en el lugar del Gobierno, en el de la
oposición, en el del personal sanitario, en el de los enfermos, las familias,
los curados, me ha servido para entender
todo lo que he sentido y vivido en estos dos últimos meses, me ha servido
también para recordarme, que en un segundo, tu vida puede cambiar y que nada
es para siempre, ni siquiera nosotros mismos.
Siempre
he amado a la naturaleza, pero ahora la veo con otros ojos, se aprecia más, por fin ha respirado y no se ha visto
maltratada e invadida por el ser humano, y el resultado en éste tiempo de
pandemia ha sido espectacular.
También en millones de hogares llenos de
familias se ha crecido, muchos niños han podido estar con sus padres juntos sentados en la misma mesa, de tertulia
o de celebración o de trabajo, sí, en casa, como hacíamos antes.
Todavía
queda mucho camino por recorrer, toca aprender a vivir de otra forma, trastocar muchas costumbres, muchos hábitos,
lo importante ante estos cambios siempre será la actitud con la que los
afrontemos.
He deseado mil veces, que algunas personas,
puedan cambiar la perspectiva de la vida, pero la verdad que no tengo derecho
ni siquiera a pensarlo, ya que el cambio
está en uno mismo.
Podemos
tener muchas personas a nuestro lado pero al final quien vale de verdad es uno
mismo, la persona que más te puede ayudar o te puede querer en momentos tan
duros, eres TU.
Es
importante que aprendamos a amar la soledad, y también la tristeza, igual que
la alegría, o la compañía, ya que en cualquier momento, tengamos que volver a convivir
con ellas.
CHARO
GOMEZ GONZALVO
MAINAR
26 DE MAYO DE 2020