Seguimos en una gran burbuja de creencias y miedos transmitidos de antiguas generaciones hasta la actualidad.
Hay un gran problema educacional que pone a las mujeres en una posición inferior en nuestra sociedad.
Se sigue hablando de que en los hogares hay un cabeza de familia que es el hombre y que tiene todo el poder, así pues la mujer pasa a un segundo plano anulando su voz y su ser.... y asi sucesivamente.
Creencias dañinas que alimentan el machismo.
Hay que salir de ésta burbuja.
Hay que empezar por la educación y la normalización de ciertas situaciones en la familia, por ejemplo inculcando a nuestros peques que se trata de compartir la vida con amor y que el amor es para todos igual.
También es importante recalcar que las personas somos libres, no somos propiedad de nadie y que si alguien se quiere marchar, hay que dejar que se vaya.
Queda mucho trabajo por hacer, y hay que cuidar muchos detalles, y sobre todo deshacernos de tantas creencias absurdas.
Vamos a empezar!!!
Pensar en todo esto a la hora de comprar los juguetes....
¿regalarías a un niño una muñeca o un set de maquillaje para jugar?
Lo que siento lo escribo sin pensar, luego, pienso en lo que he escrito para ver cómo me siento.
sábado, 25 de noviembre de 2017
jueves, 16 de noviembre de 2017
Días sin pan
Hubo un lugar dónde nadie cantaba, porque allí ni siquiera llegaba la música.
Un lugar con gentes de poco hablar, gentes anuladas del mundo, encerradas en su propio entorno, castigadas por la vida.
Gentes de poco pensar ni de expresar sus sentimientos.
Hubo un lugar dónde la distancia se medía por días.
Días aciagos, llenos de sufrimiento y de impotencia. Los anocheceres y amaneceres eran inciertos porque no había seguridad de llegar a verlos ni sentirlos.
Días llenos de incógnitas que ya no importaba resolver.
Un lugar dónde las enfermedades fluían por las aguas del arroyo y se instalaban en cualquier rincón, en cualquier persona.
La muerte acechaba a niños y jóvenes que no tenían fuerza para luchar, y cada día era anunciada por las calles.
Calles silenciosas, ya que allí nunca llegaba la música.
Un lugar que para llegar a la eternidad había que subir montañas, cruzar ríos y caminar por terrenos escarpados.
Sí, así transportan los cuerpos sin alma mientras las mentes entristecidas callaban su rabia.
Un lugar que hasta no hace mucho tiempo era desconocido, pero existió cerca de nosotros.
Un lugar miserable.
Un lugar donde todos los días eran sin pan.
(Mi visión después de descubrir la película de Luis Buñuel, sobre las Hurdes. "Dias sin pan"
Terrible!!!
https://youtu.be/4Yef_kOmcGs
Un lugar con gentes de poco hablar, gentes anuladas del mundo, encerradas en su propio entorno, castigadas por la vida.
Gentes de poco pensar ni de expresar sus sentimientos.
Hubo un lugar dónde la distancia se medía por días.
Días aciagos, llenos de sufrimiento y de impotencia. Los anocheceres y amaneceres eran inciertos porque no había seguridad de llegar a verlos ni sentirlos.
Días llenos de incógnitas que ya no importaba resolver.
Un lugar dónde las enfermedades fluían por las aguas del arroyo y se instalaban en cualquier rincón, en cualquier persona.
La muerte acechaba a niños y jóvenes que no tenían fuerza para luchar, y cada día era anunciada por las calles.
Calles silenciosas, ya que allí nunca llegaba la música.
Un lugar que para llegar a la eternidad había que subir montañas, cruzar ríos y caminar por terrenos escarpados.
Sí, así transportan los cuerpos sin alma mientras las mentes entristecidas callaban su rabia.
Un lugar que hasta no hace mucho tiempo era desconocido, pero existió cerca de nosotros.
Un lugar miserable.
Un lugar donde todos los días eran sin pan.
(Mi visión después de descubrir la película de Luis Buñuel, sobre las Hurdes. "Dias sin pan"
Terrible!!!
https://youtu.be/4Yef_kOmcGs
jueves, 2 de noviembre de 2017
Mis paseos más importantes
Paseos cortos o largos pero siempre con él .
Cada camino recorrido era un sinfín de emociones y sensaciones.
Según la posición del sol, el paisaje tenía brillos distintos. Increíble poder apreciar desde los altos como el aire movía las futuras mieses, aún verdosas, igual que el suave terciopelo, que cambia su tonalidad al pasar la mano sobre él.
Ese olor a humedad que desprendían las hojas caídas de los chopos, en otoño, después de la lluvia. Un olor imposible de olvidar.
El sonido de nuestras pisadas sobre los restos de carrasca que adornaban el camino hacia el Pinar.
Allí en el Pinar, buscando piñas y musgo, como si fuesen tesoros escondidos que teníamos que descubrir y que una vez rescatados los poníamos en grandes cestas guardadas a buen recaudo, en el maletero de nuestro coche.
Como premio a tan grande hazaña, unos ricos quesitos y algo de pan para reponer fuerzas antes de marchar.
Las suelas de los zapatos impregnadas con aromas de tomillo daban al interior del pequeño vehículo un toque a naturaleza que a la vez ocultaba ese olor a nuevo que tenía ese fantástico R-5.
Ya en su interior, dispuestos a recorrer otro apasionante camino, esta vez sentados y escuchando sus autores preferidos, uno de ellos, José Luis Perales, cuyas canciones podíamos tararear sin problemas ya que eran habituales.
Así eran los paseos con mi padre, en los que siempre nos hacía sentir importantes, y en los que nunca queríamos volver.
Esperando otro domingo, esperando volver a oler esas mezclas maravillosas, esperando a escuchar sus historias y sus percepciones, y como no, escuchando su música favorita dentro de aquél maravilloso coche dónde todos éramos importantes.
Cancion de José Luis Perales.
https://youtu.be/nVwnkXrMH6Q
Cada camino recorrido era un sinfín de emociones y sensaciones.
Según la posición del sol, el paisaje tenía brillos distintos. Increíble poder apreciar desde los altos como el aire movía las futuras mieses, aún verdosas, igual que el suave terciopelo, que cambia su tonalidad al pasar la mano sobre él.
Ese olor a humedad que desprendían las hojas caídas de los chopos, en otoño, después de la lluvia. Un olor imposible de olvidar.
El sonido de nuestras pisadas sobre los restos de carrasca que adornaban el camino hacia el Pinar.
Allí en el Pinar, buscando piñas y musgo, como si fuesen tesoros escondidos que teníamos que descubrir y que una vez rescatados los poníamos en grandes cestas guardadas a buen recaudo, en el maletero de nuestro coche.
Como premio a tan grande hazaña, unos ricos quesitos y algo de pan para reponer fuerzas antes de marchar.
Las suelas de los zapatos impregnadas con aromas de tomillo daban al interior del pequeño vehículo un toque a naturaleza que a la vez ocultaba ese olor a nuevo que tenía ese fantástico R-5.
Ya en su interior, dispuestos a recorrer otro apasionante camino, esta vez sentados y escuchando sus autores preferidos, uno de ellos, José Luis Perales, cuyas canciones podíamos tararear sin problemas ya que eran habituales.
Así eran los paseos con mi padre, en los que siempre nos hacía sentir importantes, y en los que nunca queríamos volver.
Esperando otro domingo, esperando volver a oler esas mezclas maravillosas, esperando a escuchar sus historias y sus percepciones, y como no, escuchando su música favorita dentro de aquél maravilloso coche dónde todos éramos importantes.
Cancion de José Luis Perales.
https://youtu.be/nVwnkXrMH6Q
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