Durante la etapa que viví en Zaragoza, tuve, junto con una compañera, un parque infantil. Allí preparábamos actividades para los más pequeños, fiestas de cumpleaños, animaciones, cuenta-cuentos y más. Una de las opciones más apasionantes era la de guardería por horas. Teníamos peques fijos casi a diario, nos encargábamos de ellos durante la tarde así sus progenitores se podían dedicar a otros menesteres. A éste grupo en concreto, yo les llamaba cariñosamente "niños perdidos". Pues bien, aquí conocí a Pepe (nombre de ficción del niño en cuestión). Pepe era un niño de 6 años , inquieto, muy bien integrado con el resto de niños, le encantaba jugar, sobre todo a los juegos de imitación . Poco a poco fuimos descubriendo los grandes problemas que Pepe se encontraba cuando llegaba a casa. La madre era alcohólica y el padre ludópata. La mayoría de los días el chico no tenía nada para cenar, así que él mismo se suministraba con lo que pillaba por la cocina y después se refugiaba en su habitación. Tenía un televisor que su padre le había instalado para que molestase lo menos posible.
Nos dimos cuenta que mientras el niño estaba con nosotras era felíz , recibía cariño, jugaba con otros niños incluso encontró a una abuela, mi madre, que muchos días nos visitaba y el niño se le acercaba y ella le contaba algún cuento mientras se comía la merienda con ansia.
Cuando el padre venía a buscarlo normalmente aceptaba irse con él. Pero cuando venía la madre de ninguna manera quería marcharse. Se refugiaba detrás de nosotras. Un día la madre le dijo que si se quedaba allí le apagaríamos las luces. Y Pepe le contestó que prefería estar a oscuras que no tenía miedo.
Es muy duro escuchar eso de un niño, te imaginas la tortura a la que está sometido. Pepe fue creciendo, con él sus problemas. Cuando terminamos en el parque infantil, al niño lo custodiaba la propia calle, donde cambió los juegos y el cariño por las malas compañías.
Recuerdo aún sus manos con las uñas mordidas, como le gustaban los bocadillos de jamón, como escuchaba los cuentos de mi madre, recuerdo que todas las tardes tenía un rato de tranquilidad y recuerdo que ese niño no temía a la oscuridad.
Lo que siento lo escribo sin pensar, luego, pienso en lo que he escrito para ver cómo me siento.
jueves, 15 de diciembre de 2016
El niño que no temía a la oscuridad.
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