viernes, 30 de diciembre de 2016

Envuelta en la música

Durante gran parte de mi vida he estado en mi casa rodeada de música, mejor dicho envuelta  en la  música.
Dese muy pequeña las tonadas que mi padre reproducía  con su laúd fluían por el aire hasta llegar a todos los rincones de la  casa. Cualquier  momento, bueno o malo ahí  estaban  las melodías  más especiales.  Recuerdo los días de tormenta, mi padre se abrazaba a su guitarra como si buscase  protección, y hacía sonar las notas musicales  más  acordes con el momento.
Grandes  músicos  y cantadores pasaban por mi casa como si de nuestra  familia  se tratara.  Una persona que me marcó  huella fue Lamberto Funes el Ciego de Mainar.  Muy peculiar, ciego de nacimiento,  gran músico y gran maestro.  En su vieja  casa tenía  la discoteca de música clásica más completa del momento y escuchaba  los discos en una preciosa y antigua gramola.  Virtuoso de la guitarra, y el laúd, fue  compañero  de mi abuelo Joaquín  y después de mi padre.  Juntos  amenizaron muchas verbenas de las fiestas de los pueblos  cercanos, surgiendo  miles de aventuras y anécdotas que ahora mi padre recuerda con mucha nostalgia y cariño.
Cuando  Lamberto  venía a mi casa le preparabamos  una silla que él  ya sabía donde estaba  colocada y palpando la pared del pasillo llegaba  al cuarto de estar, tocaba el asiento  de la silla y ya se sentaba tranquilo.  Yo me acercaba a él  y entonces  tocaba mi larga melena y la cogía  con su mano porque  le gustaba el volumen y la suavidad del cabello. Enseguida le traía  mi abuela  un tazón con moscatel y unos dulces.  Yo lo miraba con atención  y en silencio para que el no me pudiera oir pero Lamberto sabía  que yo estaba alli con él. Observaba  sus movimientos,  sus manos  rechonchas se apoyaban  en sus piernas y movía los pies, calzados  con unas albarcas marrones de cuero, al son de la música.
Nunca me cansaba de mirar, incluso alguna vez yo cerraba  los ojos para sentir como él.  Siempre  me preguntaba como podía  conocer todas las casas de Mainar sin equivocarse.  Era increíble  ver  a mi padre y al ciego  inmersos en la piezas musicales  interpretando  todo tipo de temas, clásicos  y modernos. Laúd y Guitarra, José  y Lamberto.
Cuando  el ciego murió  yo tenía  12 años,  lo recordaré  siempre porque él también  formó  parte de mi infancia. Una infancia envuelta en la música.

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