viernes, 16 de diciembre de 2016

La princesa que no le gustaba  la Navidad.

Érase una vez, una princesa  que vivía encerrada en una torre muy alta.  Aunque de vez en cuando  podía  salir,  los carceleros  le recordaban  que su sitio estaba allí, y varios candados cerraban sus puertas.  Especialmente cuando llegaba la época  de la Navidad su tristeza  se  multiplicaba ya que  entre otras cosas, recordaba su infancia en esas fechas.  Recordaba que Los Reyes preparaban los días  con mucha ilusión  para que sus cuatro princesas acudieran con sus familias a Palacio.  Por aquellos   pasillos y jardines majestuosos,  correteaban once  pequeños  vástagos,  sus risas y griterío resonaban por todas  sus estancias. El Rey y la Reina rebosaban de felicidad.  En la mesa de Noche Buena no faltaba nada, vestida con las mejores mantelerías,  cristalería  fina,  platos de porcelana decorados con los más bonitos detalles y sobre ellos, los más  suculentos manjares y los mejores  dulces  navideños.  Unión, armonía  y profundo amor,  es lo que los  Reyes transmitían a sus cuatro hijas y a sus once nietos.  Cuando ellos desaparecieron cada hija se instaló  en su propio  Palacio con su propia familia y sus propias costumbres.
Desde  su torre, la princesa que no le gustaba la Navidad, añoraba esos momentos y  deseaba tenerlos, aunque ahora era imposible.  Mientras,  seguía  esperando su liberación, quizás  un príncipe valiente pudiera romper los candados,  quizás  esa liberación  estaba en ella misma.  Lo mejor dormir,  así podría soñar, así  el tiempo quizás  pasase más rápido.

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